miércoles, 12 de mayo de 2010

Carta del Jefe Seatle-Si´ahl


Carta del Jefe Seattle-Si´ahl


Nota de la Cronista: La carta del jefe Seattle (Si´ahl) está rodeada de polémica, ya que se supone que recoge un discurso del que no se tomó nota y años más tarde se reescribió.

La lengua original en que fue concebida, el lushootseed, exigió su traducción al chinook, lengua franca mezcla de varias indígenas, el inglés y el francés. Después la carta fue traducida al inglés y ahora al español con lo que es inevitable pensar que esté cambiada respecto al original.

Sin embargo la mayor modificación que sufrió fue en los años setenta del siglo XX, cuando estaba naciendo la reivindicación ecologista en EEUU y se utilizó de base para el guión de una película. Este guión es el que habitualmente llega al lector por lo que aparte de ser eso, muy peliculera (con expresiones como “empieza la supervivencia” y cosas así) contiene anacronismos, es decir, describe avances que no había en la zona que se supone que nació (por ejemplo el ferrocarril).

Pero no importa, Si´alh, líder de un pueblo que vivía de recoger almejas, era conocido por sus habilidades oratorias así que seguro que lo que dijo debió estar muy bien.

La Crónica de la gente de los ríos no podía obviar este momento por lo que recoge un texto extraído de fuentes antropológicas para mostrar el choque de dos modelos de desarrollo y saborear uno de los mitos fluviales más bonitos del mundo.


Carta del Jefe Seattle-Si´ahl, un relato hecho disfrutar

“El gran Jefe de Washington nos envió un mensaje diciendo que deseaba comprar nuestra Tierra. El Gran jefe nos envió palabras de amistad y de buena voluntad. Es una señal amistosa por su parte, pues sabemos que no necesita nuestra amistad.

Pero vamos a considerar su oferta, porque sabemos que si no le vendemos, quizá el hombre blanco venga con sus armas y se apodere de nuestra Tierra.
¿Quién puede comprar o vender el Cielo o el calor de la Tierra?
No podemos imaginar esto si nosotros no somos dueños del frescor del aire, ni del brillo del agua, ¿cómo él podría comprárnosla? Trataremos de tomar una decisión.

Según lo que el Gran Jefe Seattle diga, el Gran jefe en Washington puede dejarlo, del mismo modo que nuestro hermano blanco en el transcurso de las estaciones puede dejarlo.

Mis palabras son como la estrellas, nunca se extinguen. Cada parte de esta tierra es sagrada para mi pueblo, cada brillante aguja de un abeto, cada playa de arena, cada niebla en el oscuro bosque, cada claro de bosque, cada insecto que zumba es sagrado, para el pensar y el sentir de mi pueblo.
La savia que sube por los árboles, trae recuerdo del Piel Roja.

Los muertos de los blancos olvidan la Tierra en que nacieron, cuando desaparecen para vagar por las estrellas. Nuestros muertos nunca olvidan esta maravillosa Tierra, pues es la madre del Piel Roja. Nosotros somos una parte de la Tierra, y ella es una parte de nosotros.

Las olorosas flores son nuestras hermanas, el ciervo, el caballo, la gran águila, son nuestros hermanos. Las rocosas alturas, las suaves praderas, el cuerpo ardoroso del potro y del hombre, todos pertenecen a la misma familia.

Por eso cuando el Gran Jefe de Washington nos envió el recado de que quería comprar nuestra Tierra, exigía demasiado de nosotros. El Gran Jefe nos comunicaba que quería darnos un lugar, donde pudiéramos vivir cómodamente. Él sería nuestro padre y nosotros seríamos sus hijos. Pero ¿será posible esto alguna vez?

Dios ama a vuestro pueblo y ha abandonado a sus hijos rojos.

Él ha enviado máquinas para ayudar al hombre blanco en su trabajo y construye para él grandes pueblos. Él hace que vuestra gente cada vez sea más poderosa, día tras día. Pronto invadiréis la Tierra, como ríos que se desbordan desde las gargantas montañosas, por una inesperada lluvia.

Mi pueblo es como una corriente desbordada, pero sin retorno. No, nosotros somos de razas diferentes. Nuestros hijos no juegan juntos, y nuestros ancianos no cuentan las mismas historias. Dios os es favorable, y nosotros estamos como huérfanos.
Meditaremos sobre vuestra oferta de comprarnos la Tierra.

No será fácil, porque esta Tierra es sagrada para nosotros. Nos sentimos alegres en este bosque. No sé por qué, pero nuestra forma de vivir es diferente de la vuestra.

El agua cristalina, que brilla en arroyos y ríos, no es sólo agua, sino la sangre de nuestros antepasados. Si os vendemos nuestra Tierra, habéis de saber que es sagrada, y que todos los pasajeros reflejos en la claras aguas son los acontecimientos y tradiciones que refiere mi pueblo.
El murmullo del agua es la voz de mis antepasados. Los ríos son nuestros hermanos, ellos apagan nuestra sed. Los ríos llevan nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos.

Si vendiésemos nuestra tierra tenéis que acordaros, y enseñar a vuestros hijos que los ríos son nuestros hermanos-y los vuestros-, y que tendréis desde ahora que dar vuestros bienes a los ríos, así como a otros de vuestros hermanos.

El Piel Roja siempre se ha apartado del exigente hombre blanco, igual que la niebla matinal en los montes cede ante el sol naciente. Pero las cenizas de nuestros antepasados, sus tumbas, son tierra santa, y por eso estas colinas, estos árboles, esta parte de la Tierra nos es sagrada.

Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestra manera de pensar. Para él una parte de la Tierra es igual a otra, pues él es un extraño que llega de noche y se apodera en la Tierra de lo que necesita.
La Tierra no es su hermana, sino su enemiga, y cuando la ha conquistado, cabalga de nuevo. Abandona la tumba de sus antepasados y no le importa. Él roba la Tierra de sus hijos, y no le importa nada. Él olvida las tumbas de sus padres, y los derechos de nacimiento de sus hijos. Trata a su madre, la Tierra y a su hermano, el Cielo, como cosas que se pueden comprar y arrebatar, y que se pueden vender, como ovejas o perlas brillantes. Hambriento, se tragará la tierra, y no dejará nada, sólo desierto.

No sé, pero nuestra forma de ser, es diferente de la vuestra. La vista de vuestras ciudades hace daño a los ojos del Piel Roja. Quizá porque el Piel Roja es un salvaje y no lo comprende. No hay silencio alguno en las ciudades de los blancos, no hay ningún lugar donde se pueda oír crecer las hojas en primavera y el zumbido de los insectos.
Pero quizá es porque yo sólo soy un salvaje, y no entiendo nada.

La charlatanería sólo daña a nuestros oídos. ¿Qué es la vida si no se puede oír el grito solitario del pájaro chotacabras o el croar de las ranas en el lago al anochecer?
Yo soy un Piel Roja y no entiendo esto.

El indio puede sentir el suave susurro del viento, que sopla sobre la superficie del lago y el soplo del viento limpio por la lluvia matinal, cargado de la fragancia de los pinos.
El aire es de gran valor para el Piel Roja, pues todas las cosas participan del mismo aliento: el animal, el árbol, el hombre, todos participan del mismo aliento. El hombre blanco parece no considerar el aire que respira, a semejanza de un hombre que está muerto desde hace varios días y está embotado contra el hedor.

Pero si os vendemos nuestra Tierra no olvidéis que tenemos el aire en gran valor, que el aire comparte su espíritu con la vida entera. El viento dio a nuestros padres el primer aliento, y recibe el último hálito. Y el viento también insuflará a nuestros hijos la vida.

Y si os vendiéramos nuestra Tierra, tendríais que cuidarla como un tesoro, como un lugar donde también el hombre blanco sepa que el viento sopla suavemente sobre las flores de la pradera.

Yo soy un salvaje y es así como entiendo las cosas. He visto mil bisontes putrefactos, abandonados por el hombre blanco. Los mataron desde un convoy que pasaba.
Yo soy un salvaje y no puedo comprender cómo el caballo de hierro que echa humo, es más poderoso que el búfalo, al que sólo matamos para conservar la vida.

¿Qué es el hombre sin animales? Si todos los animales desapareciesen el hombre también moriría, por la gran soledad de su espíritu. Lo que les suceda a los animales, luego, también les sucede a los hombres. Todas las cosas están estrechamente unidas.

Lo que le acaece a la Tierra también les acaece a los hijos de la Tierra.

Tenéis que enseñar a vuestros hijos que el suelo que está bajo sus pies tiene las cenizas de nuestros antepasados. Para que respeten a la Tierra.

Contadles que la Tierra contiene las almas de nuestros antepasados. Enseñad a vuestros hijos lo que nosotros enseñamos a los nuestros: que la Tierra en nuestra madre. Lo que acaece a la Tierra, les acaece también a los hijos de la Tierra.

Cuando los hombres escupen a la Tierra, se están escupiendo a sí mismos. Pues nosotros sabemos que la Tierra no pertenece a los hombres, que el hombre pertenece a la Tierra. Eso lo sabemos muy bien, Todo está unido entre sí, como la sangre que une a una misma familia. Todo está unido.

El hombre no creó el tejido de la vida, sólo es una hilacha. Lo que hagáis a este tejido, os lo hacéis a vosotros mismos. No, el día y la noche no pueden vivir juntos.

Nuestros muertos siguen viviendo en los dulces ríos de la Tierra, y regresan de nuevo con el suave paso de la Primavera, y su alma va con el viento, que sopla rizando la superficie del lago.

Consideramos la posibilidad de que el hombre blanco nos compre nuestra Tierra.

Pero mi pueblo pregunta ¿qué es lo que quiere el hombre blanco? ¿Cómo se puede comprar el cielo, o el calor de la Tierra o la velocidad del antílope? ¿Cómo vamos a venderos esas cosas y cómo vais a poder comprarlas?
Es que, acaso, podréis hacer con la Tierra lo que queráis, sólo porque un Piel Roja firme un pedazo de papel y se lo dé al hombre blanco?

Si nosotros no poseemos el frescor del aire, ni el brillo del agua, cómo vais a poder comprárnoslo? ¿Es que, acaso, podéis comprar los búfalos cuando ya habéis matado al último?

Consideraremos vuestra oferta. Sabemos que si no os la vendemos vendrá el hombre blanco y se apoderará de nuestra Tierra. Pero nosotros somos unos salvajes.

El hombre blanco que va en pos de la posesión del poder, ya que de cree que es Dios, al que le pertenece la Tierra. ¿Cómo puede un hombre apoderarse de su madre?

Consideraremos vuestra oferta de comprar nuestra Tierra. El día y al noche no pueden vivir juntos. Consideraremos vuestra oferta de que vayamos a una reserva. Queremos vivir aparte y en paz. No importa dónde pasemos el resto de nuestros días.

Nuestros hijos verán a sus padres sumisos y vencidos. Nuestros guerreros estarán avergonzados. Después de la derrota pasarán sus días en la holganza, y envenenarán sus cuerpos con dulces comidas y dulces bebidas.

No importa dónde pasemos el resto de nuestros días. No quedan ya muchos.

Sólo algunas horas, un par de inviernos y no quedará ningún hijo de la gran estirpe que en otros tiempos vivió en esta Tierra, y que ahora en pequeños grupos viven dispersos por el bosque, para gemir sobre la tumbas de su pueblo, que en otros tiempos fue tan poderoso y lleno de esperanza como el vuestro.

Pero, ¿por qué consternarse por la desaparición de un pueblo?

Los pueblos están constituidos por hombres. Es así. Los hombres aparecen y desaparecen como olas del mar. Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios camina  su lado y habla con él, como el amigo con el amigo, puede librarse del común destino.
Quizás seamos hermanos. Esperamos verlo.

Sólo sabemos una cosa-que quizá un día el hombre blanco también descubra-, y es que nuestro Dios, es el mismo Dios suyo. Vosotros, quizá, penséis que le poseéis-igual que tratáis de poseer nuestra Tierra-, pero no podéis. Es el Dios de todos los hombres, lo mismo de los Pieles Rojas que de los blancos.

Aprecia mucho esta Tierra y el que atente contra ella significa que desprecia a su Creador.

También los blancos desaparecerán y quizá antes que otras estirpes. Continuad contaminando vuestro lecho y una noche moriréis en vuestra propia caída.
Pero al desaparecer brillaréis por el fuego del poderoso Dios que os trajo a esta Tierra, y que os destinó a dominar al Piel Roja en esta Tierra.

Este destino es para nosotros un enigma. Cuando todos los búfalos hayan muerto, los caballos salvajes hayan sido domados, y el rincón más secreto del bosque haya sido invadido por el ruido de muchos hombres y la visión de la colinas esté manchada por los alambres parlantes, cuando desaparezca la espesura, y el águila se haya ido, esto significará decir adiós al veloz potro y a la caza.

El final de la vida- y el comienzo de la otra vida. Dios os concedió el dominio sobre estos animales, los bosques y los Pieles Rojas por un determinado motivo. Y ese motivo  es un enigma para nosotros.

Quizás podríamos comprenderlo si supiésemos qué es lo que sueña el hombre blanco, qué ideales ofrece a los hijos en las largas noches invernales y qué visiones arden en su imaginación hacia las que tienden el día de mañana.
Pero nosotros somos salvajes, los sueños del hombre blanco nos están ocultos, y porque nos están ocultos nosotros vamos a seguir nuestro propio camino.

Pues, ante todo, nosotros estimamos el derecho que tiene cada ser humano a vivir tal como desea, aunque sea de modo muy diverso al de sus hermanos. No es mucho lo que nos une.

Consideraremos vuestra oferta. Si aceptamos es solo para asegurarnos la reserva que habéis prometido. Quizá allí podamos acabar los pocos días que nos quedan viviendo a nuestra manera.
Cuando el último Piel Roja de esta Tierra desaparezca y su recuerdo sea solamente la sombra de una nube sobre la pradera, todavía estará vivo el espíritu de mis antepasados en estas orillas y estos bosques.

Pues ellos amaban esta Tierra, como ama el recién nacido el latido del corazón de su madre. Si os llegáramos a vender nuestra Tierra, amadla, como nosotros la hemos amado. Cuidad de ella, como nosotros la cuidamos y conservad el recuerdo de esta Tierra tal como os la entregamos.

Y con todas vuestras fuerzas, vuestro espíritu y vuestro corazón, conservadla para vuestros hijos y amadla, tal como Dios nos ama a todos. Pues hay algo que sabemos, que Dios es el mismo Dios.

Esta Tierra es sagrada para Él. Ni siquiera el hombre blanco se puede librar del destino común.

Quizás somos hermanos. Esperamos verlo”

Washington, 1855.

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