miércoles, 21 de abril de 2010

Desmitificar

   Lo cierto es que sorprende ver cómo el  mundo de los ríos está lleno de mitos e incoherencias con crédito inmerecido.  Por otra parte creo que es necesario que el público sea consciente de algunas de las circunstancias que rodean lo fluvial, como por ejemplo lo desorbitado de las actuales concesiones de agua debido a la evidencia de la disminución de sus caudales (según las hidroeléctricas entre un diez y un veinte por cien en el último siglo XX). Este desajuste (la concesiones no ha sufrido ninguna reducción) puede explicar la causa de algunos problemas que sufren como el desecamiento o contaminación de sus cauces, la desaparición de su fauna y flora o la aparición de especies invasoras favorecidas por el calentamiento de la escasa agua corriente.
   A pesar de la importancia de esta información, no deseaba resultar pesada por lo que sabiendo que no había ningún tribunal al que llevar este “trabajo” he intentado ser flexible en su exposición. La elección del formato de relato novelado recoge la voluntad de encarar el tema con amenidad y optimismo sin que esta opción se confunda con falta de seriedad.
   Ello implica que haya habido detrás metodología, extraída de numerosas ciencias desde históricas a antropológicas, físicas o etnológicas. No estaba atada a ninguna teoría por lo que recogía de donde se me ocurría y sólo después “ponía tabla rasa”, es decir, me cercioraba de que fuera válido… llevándome auténticas sorpresas.
   Como la constatación de que la prensa aragonesa de los años ochenta está más tergiversada que lo recogido de forma oral, el hecho de que en temas hidráulicos suele ser más frecuente que el Estado incumpla la ley o que fuentes dispares  coincidan en parte de sus relatos. Esto último se observa durante la Guerra Civil española, cuando el maquis explica lo que saboteó de la central de Lafortunada y los ingenieros de la Ibérica lo que encontraron. La causa de los destrozos de unos y otros distan pero su descripción coincide.
   Así que esta crónica ha optado por presentar todas las versiones posibles, pudiéndose afirmar que ha sido ecléctica y pragmática, es decir, ha adoptado muchos puntos de vista con el objeto de obtener el máximo.
   Sin embargo ha protagonizado dos excepciones, dos “censuras” que decidí en diferentes momentos de su escritura. La primera equivocada (y he intentado hacer “un apaño”, espero que quede bien), cuando no incluí el siglo XVI por razones de comodidad, ya que así no me veía obligada a hablar del continente americano (en 1500 claramente descubierto). Luego me di cuenta de que en ese siglo pasaban asuntos muy importantes para los ríos y especialmente en los que se centra la historia, los del Altoaragón.
   Sí, el siglo XVI es  una época de bonanza en el antiguo reino de Aragón y una, así de espabilada , no cayó en la cuenta de que eso podía suponer construcción de infraestructuras hidráulicas, puentes, junto aparición de inventos, manuales, avances científicos relacionados con el Renacimiento, la pesca…en fin, que si se quisiera escoger un siglo especial para los ríos, debería ser el XVI, el que no sale en la Crónica.
   Semejante metedura de gamba la he “arreglado” con retrocesos narrativos pero lo cuento para que el lector sepa que esta cronista es consciente de sus limitaciones.
   Otra “censura” que establecí obedeció a algo más personal y la tomé cuando estaba acabando el libro por razones de orgullo fluvial. Y es que decidí no incluir pesquisas hechas en persona en archivos de hidroeléctricas o de la Confederación Hidrográfica del Ebro (la CHE). Eran unos viajes que me había reservado para el final, en parte porque tenía dudas de obtener lo que quería, en parte porque me tocaba ir a sitios lejanos (excepción de la CHE, con sede en  Zaragoza). Por fin, no me apetecía nada de nada acercarme a  la CHE, a aquellos ingenieros que se consideraban los “sumos sacerdotes de los ríos”.
  Cuando vi que la información que necesitaba la podía obtener de terceros pensé hacer un homenaje a la gente de los ríos y no acudir a unos técnicos que hasta ahora, veo que suelen resultar bastante despectivos con el resto de la Humanidad. Así que ya ve, amigo lector, esta cronista se ha permitido el lujo de tener prejuicios en nombre de lo fluvial…y quizás la falta de ganas…porqué no admitirlo. De todas formas, si cuento al lector que he emprendido caminatas de horas para conseguir fotos de un ibón o que los viajes a la biblioteca de Lérida, por ejemplo,  los hice por una carretera en la que tenías suerte de que no se te comieran los camiones, comprenderá que no se trataba de pereza física…más bien de falta de convencimiento para emprender un esfuerzo que no valía la pena…
   Sigo pensando que este tipo de intérpretes de lo fluvial no hacen falta para hacer una historia de los ríos…aunque está claro que sus informes de las presas de Santa María de Belsué y Cienfuens, o la página web de la CHE o la de los ingenieros de minas de España (una constante alabanza a “sus” presas y pantanos) han sido gran ayuda; al igual que información colgada por el Ministerio de Medio Ambiente o las eléctricas peninsulares (recomendadas en la bibliografía).
  Ahora, si es cuestión de hablar de evangelistas, hay que reconocer que también los hay en mi bando, en el fluvial quiero decir. Por eso intento corroborar en más de una fuente cuanto he obtenido y lo que no lo comento (por ejemplo cuando digo que la gente de la Ribagorza relata la voladura del campanario de Barasona por soldados en prácticas) o no lo incluyo.
  
A veces con pena, porque he de reconocer que mis fuentes han sido diversas y originales, sobre todo originales.

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